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Hace poco andaba yo con pensamientos literarios y los derroteros de la mente me llevaban a una idea, sin venir a cuento, como muchas reflexiones que surgen aleatoriamente sin que uno le encuentre una explicación racional.

Intentaba recordar cual era aquel libro que me traía mejores recuerdos de todos los que alguna vez pasaron por mi retina.

Y en esa tarea estaba cuando recordé mis inicios en la lectura apasionada, aquella que no se realiza por obligación o recomendación sino por el deseo irrefrenable de disfrutarla cuando antes. Quizás no es lo mejor que he leído pero desde luego, la obra literaria que me reconcilió con la lectura y que, por tanto, me hizo un gran favor para el resto de los días, fue Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift.

Resulta que el que aquí os escribe estaba en una de esas épocas de la adolescencia donde te sobra el mundo y tu único objetivo es recluirte en tu habitación y no ver a nadie.

Una de esas crisis de la edad del pavo pero que en mi caso se alargó bastante por problemas que no vienen a cuento. De esas que te sientas en una cómoda butaca y empiezas a crear planos de arquitecturas imposibles, ciudades imaginadas y, en cuanto te cansas ¡plash!, redescubres la lectura.

Hasta entonces habría leído menos de cinco libros y todos por obligación en el periodo escolar. Algunos de esas ediciones comentadas del Lazarillo de Tormes, El Cantar de Mio Cid, el Libro del buen Amor…que venían en un formato no apto para escolares. Los editores creían que si pero no nos hacían un flaco favor. Solo recordar la horrible portada del Lazarillo, de Anagrama,  y me salen salpullidos. Años después lo releí hasta cuatro veces del tal gusto que me dio. Cuando la lectura se obliga, la lectura se transforma en deberes, y los deberes ya se sabe…

Pues había leído pocos libros, como iba diciendo. En aquella época juvenil me aficioné más por los comic. Aún tengo las colecciones casi completas de Astérix y del Cuerpo Humano, varios de Tintin, Superlopez, Julie, etc.

la isla del tesoro

Buenos ratos pasé en la cama con esas aventuras gráficas, sobre todo con Astérix. ¡Qué hambre daban esos jabalíes doraditos que se zampaba Obélix! Hoy en día serían el mejor atrayente para los futuros cocineros, de hecho supongo que tuvieron que salir buenos chefs de aquellas generaciones que guardaban las aventuras de los irreductibles galos como oro en paño.

Sin embargo no fui de superhéroes, aunque alguno disfruté, de esos en blanco y negro de Spiderman. Un vecino mío era muy fans, tenían un armario lleno de Marvel.

Los Viajes de Gullivert fue mi puerta de entrada en la lectura voluntaria de libros. Disfruté de lo lindo con las alocadas e increíbles aventuras del médico inglés y esos personajes tan variopintos. Es un clásico de la literatura juvenil.

Pero en aquella época no leíamos para apreciar el mensaje social que obras como estas poseían sino, al igual que con los títulos de Verne o con la serie de Los Cinco, por el simple placer de gozar con las aventuras contenidas en estos tomos. El adentrarnos en historias como estas de Swift nos sumergían en otros mundos y lugares en una época en la que aún no existía internet ni los videojuegos y la televisión solo tenía dos canales.

Así, el hecho de ir al cine los sábados por la tarde para ver los Goonies, Willow o ET (bendito Spielberg cuantos momentos buenos nos ha dado) o poner la tele al volver del cole y que saliera Dragones y mazmorras o Los Fraggle Rock, se convertían, junto a estas novelas de aventuras, en la única vía de escapatoria hacia otros mundos fantásticos.

Y esa lectura a la hora de la siesta, con el sol dándote en las piernas y el silencio casi completo a tu alrededor mientras llegabas a la isla flotante de Laputa con un barco decimonónico o despertabas en Liliput rodeado de hombrecillos de apenas unos centímetros que rodeaban el cuerpo de Lemuel Gulliver con cuerdas, era una maravilla.

Esas lecturas cogidas en la biblioteca del barrio para, rápidamente, ponerte a ello en un banco del parque o entre rocas y pinos a las cinco de la tarde de un mes de Mayo…No había mayor placer.

Así que gracias al irlandés Swift por aficionarme a este fantástico mundo de las letras y por potenciar mi imaginación desde entonces.

 


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